La galería está sostenida por troncos que alguna vez fueron árboles. El techo de paja y ramas parece más inestable de lo que en verdad es.
Hay una mesa de madera y bancos que son troncos. De frente, se levanta una loma. Creo que el sol nace detrás de ella.
En la galería hay algunas flores, tierra y arena. Por las mañanas, cuando el silencio casi aturde, la brisa fría despabila hasta al más rezagado.
El sol nace con una belleza salvaje que casi duele, y calienta el aire que, por momentos, es gélido. El agua se calienta en pavas de metal.
Quizá algún vaso haga las veces de florero, y la misma naturaleza se encarga de decorar un entorno con una imperfección casi perfecta.
Las paredes son de madera; el techo, de metal.
Aquella casa era un palacio.
Un palacio para plebeyos que se creyeron reyes.
Un palacio que olía a amor y humo. Un hogar donde los abrazos eran abrigo.
Hay un instante eterno en ese lugar: un último suspiro, un último beso y un último adiós.