Fuego

Quemaba el recuerdo en su piel ya lastimada. Las llagas ardían como mil bocanadas de fuego. Sentía su cuerpo consumirse rápidamente, en instantes eternos de dolor. Llevaba sus marcas en la piel, como quién quiere llevar consigo la insignia a perpetuidad.
Volvía a sus cartas una y otra vez, leyendo y volviendo a leer aquellas líneas. Se preguntaba si era posible que el amor doliese tanto, tan profundo, hasta lo más recóndito del alma.
Buscaba sus ojos en los transeúntes fugaces que acompañaban su caminar, su aroma en las rosas marchitas de su jardín, sus manos en las paredes ásperas de la habitación de su encierro.
Entró y salió mil veces del laberinto.
Se quemó en su propia hoguera.
El fuego la consumió.
Era ceniza.
Era.
Fuego.