La decepción trae consigo el amargo sabor de la angustia. Cuando nos decepcionamos de alguien es porque esperábamos de esa persona algo distinto, una reacción diferente ante el hecho o simplemente que actuara acorde a lo que creíamos, erróneamente, que hubiese hecho.
Esta frustración es triste, porque nos revela una faceta ignota de la persona querida. No podemos desencantarnos de quién no sentimos. El extraño no decepciona, el cercano sí, porque en él habíamos depositado expectativas aun sin ser conscientes de ello. Con la gente querida tenemos un contrato tácito de respeto, reciprocidad, cariño. No esperamos un desaire un su parte, ni un engaño. Es lógica pura, tiene que ver con las relaciones humanas basadas, principalmente en el respeto hacia los sentimientos del otro. Nadie nos obliga a querernos, es una elección libre y por ello es que, a ese amor, le debemos respeto.
Es una gran desilusión pararnos frente a esa persona y darnos cuenta el ninguneo que han sufrido nuestros sentimientos. Pero, como en cada escollo al que nos enfrentamos en esta vida, hay que rescatar su lado positivo. Seguir apostando a nuestros sentimientos es una decisión libre y personal la cual nos hace inmensamente felices la mayoría de las veces y en otras, nos curte el corazón. Solo nos hace más fuertes.