Al principio es un sonido desagradable que penetra en nuestros tímpanos como el rechinar del tren entrando en la estación olvidada. Pareciera como si no pudiésemos sentir nada más que ese dolor penetrante que no cesa, que nos ajusticia el alma al mismo tiempo que empieza a dejar en nosotros esa marca indeleble que hemos decidido llevar para toda la vida.
Podríamos tratar de explicar de mil modos diferentes qué significan para nosotros, ese significante que sólo entendemos los que los llevamos con nosotros siempre, habiendo atravesado el suplicio del flagelo de la aguja dibujando en nuestra piel la obra de arte más primitiva y primaria.
Los tatuajes son la instantánea de un momento que queremos preservar para siempre, es decir amor, es la inmortalidad de aquello que es muy valioso, preciado y amado. Es un momento de ira, un arranque de obstinación, es la unión de los polos mediante la analogía del dibujo, la frase, la palabra.
Los tatuajes dicen de nosotros eso que queremos que se sepa, que se sepa siempre, y que nunca se pierda de vista. Es decir “yo soy esto”, y sentirse orgulloso de ello. Son la adolescencia, la marca a perpetuidad, los que ya no están físicamente pero que tatuamos para que siempre nos acompañen, son miles de almas que hemos amado y extrañamos y sentimos y llevamos en nuestra piel.
Tatuarse es que te duela y sabiéndolo, persistir en la contienda con un único fin, que quede allí, en nuestro envoltorio, aquello que queremos evidenciar ante los ojos del mundo, en la mismísima intimidad o para nosotros solos. En el tatuaje está la decisión consciente del dolor placentero, el tormento que dura la batalla entre la piel, impoluta y el enemigo que viene a lastimarla. Como diría el Indio para las despedidas, los tatuajes son esos “dolores dulces”.
Llevarlos en la piel es llevarnos en nuestras convicciones, en el amor más puro e irracional, es llevar la pasión, el pasado, lo que somos, es llevar a los que no están y los que quisiéramos que estén siempre. Es la música en frases que nos definen, son siglas, letras, imágenes del presente y el pasado. Son los hijos, los abuelos, los novios, la familia. Es el fútbol, la política, las figuras que admiramos, los héroes que no están y los que seguimos. A veces son la sinrazón en estado puro.
Los tatuajes somos nosotros mismos, dibujados, como desde hace miles de años para pertenecer y ser, para diferenciarnos con las marcas únicas e irrepetibles que nos decoran. Es la unión y la desavenencia. Es estar de acuerdo y en total discordia. Los tatuajes son, en la desnudez, la pasión, la belleza más simple y compleja, los besos apasionados, el recuerdo constante de lo que somos.
Tatuarse es marcarnos a fuego, ese fuego que nunca dejará de arder en nuestra piel y que solo la muerte es capaz de extinguir.
Todos los derechos reservados © Ce Ayesta, 2022