Cenicientas de cotillón

Las historias del zapatito de cristal, la calabaza, las hermanastras, las brujas, el primer beso del verdadero amor, la manzana y el príncipe las sabemos de memoria. Nos contaron esos cuentos desde que éramos pequeños, probablemente sin entender el relato en su totalidad, pero sí entendiendo el cuentito. Y soñábamos, inexorablemente, que nos sucediera lo mismo, de alguna manera.

¿Quién no fantaseó con ser la hermana maltratada, odiada, ninguneada, que un día, de pronto, se encuentra siendo una princesa de cuento de hadas que conoce al amor de su vida en una de las vueltas fortuitas del destino? ¿Quién, en su fuero más íntimo, no soñó despertar al letargo eterno con el beso de su amado? ¿Quién no comió mil veces la manzana envenenada?
Pero también están las “hermanastras”, claro que sí, las duras, las reas, las que no aman, no quieren, no extrañan. Ellas no necesitan nada, son de piedra caliza por fuera y frágiles por dentro pero que, en su necesidad imperiosa de demostrar ser quiénes no son, ponen un escudo protector de teflón donde todo resbala. La verdad es que, por no reconocerse “románticas” prefieren ser las Iron Girls del siglo XXI. Pero ser románticas no tiene nada de malo, siempre y cuando no vivamos en un eterno cuento de hadas esperando que llegue el príncipe en su corsario blanco, nos tome por la cintura y nos lleve a dar la vuelta al mundo.

Ni un extremo ni el otro, estamos las Cenicientas de cotillón, las que creemos en el amor pero miramos con cierta suspicacia los presentes perfectos. Alguno me juzgará de celosa, envidiosa, resentida. Dirán “A ella porque no le pasó” pero puedo asegurar ante quién quiera que me pasó, que amé hasta el desgarro, que soñé cuentos perfectos, que fui princesa de castillos de cristal en mil utopías. Así y todo, siempre hay un detalle que convierte a la historia ideal en una terrenal, más humana, más real.

Como quiera que seamos, soñadoras, duras o en la mismísima tregua entre ambas, hay un camino que nos conduce a todos al mismo final, al implacable desenlace de la vida, la del amor y el dolor, y los desamores y los enamoramientos. Brindo por eso, porque a todos nos pase de amar hasta que duela, nos desamen y la vida nos de una nueva oportunidad, la del nuevo amor.

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